jueves, 1 de octubre de 2020

Pódcasts aleatorios (inglés)

En una versión viejita de este post, el podcast era aleatorio (como los poemas) pero algo falló con el código. En lo que lo reparo, les dejo la lista :)


Aria Code, pódcast donde exploran un aria de ópera desde todas sus dimensiones posibles:

La flauta mágica de Mozart

Madama Butterfly de Puccini

Akhenaten de Philip Glass

Orfeo y Eurídice de Gluck

Turandot de Puccini


Radiolab: mi pódcast favorito. Una mezcla de ciencia con una maravillosa manera de contar historias.

From tree to shining tree

Juicervose

Antibodies part 1: CRISPR

211119 colors


Modern Love: la columna en el NYT sobre historias de amor poco comunes, leídas por actrices y actores famosos.

We'll meet again in five years

Refreshing a mother's memory

The wisdom of the moving man

Night girl finds a day boy


On Being: Poesía y podcast

A poem for what you learn alone


Meditative Story: historias interesantes con pequeñas recomendaciones de meditación para escucharlas mejor

https://meditativestory.com/LucyKalanithi/

https://meditativestory.com/AriannaHuffington/

https://meditativestory.com/KristaTippett/

https://meditativestory.com/JohnMoore/

https://meditativestory.com/HannahBrencher/

https://meditativestory.com/MojMahdara/

https://meditativestory.com/SineadBurke/

https://meditativestory.com/ReidHoffman/

https://meditativestory.com/ForrestGalante/

https://meditativestory.com/RohanGunatillake/

martes, 15 de septiembre de 2020

¿Quién te dio esa fuerza de pájaro?

 ¿Qué se hace con el dolor? ¿Dónde se guarda?

A ti te amo desde ahí, desde el dolor profundo

amasado desde mi infancia

templado en mi juventud

afilado como aguja y manso como lago.

Te amo desde la herida en el pecho,

desde la marca de un beso en el huesito izquierdo de la cadera

desde el melancólico extrañarte que me paraliza los dedos...

Y te amo hasta allá, hasta el dolor de la muerte

La muerte amor, de la que hablamos tanto

A la que quieres entregarte, al menos antes que yo

La muerte que ya me duele a mí 

la que me quiebra cuando veo a una viuda despedirse de quien ama

la que se me agolpa en las sienes de tarde en tarde

Dios te dio la fuerza de un pájaro y su número para que le hables diario

Tú le hablaste y le pediste morir primero, 

para no sentir esto que yo ya veo venir,

aunque aún falten decenas de años.

Me dolerás todavía muchas veces

Y cada vez, me extasiaré en mi daño


Itálicas robadas del poema "Amor" de Susana March


domingo, 6 de septiembre de 2020

Lista para no irse

Podría hundirme en esto que duele.

Dejarme ir por este agujero en el pecho. Implotar.

Abrir los brazos y desmoronarme.

Tecleo como quien busca aire en la ola que le aplasta.

Me detienen tres canciones que se repiten en círculo,

un plato de pasta que preparó mi mejor amigo,

el anillo plateado en el dedo anular de mi mano izquierda,

la promesa de que cuando acabe la pandemia, abrazaré a mi madre

la esperanza de que tocaré, con mis manos heladas, las orejas cálidas de mi padre,

el vestido de colores que usaré mañana.

No, ninguna de esas cosas llenará el vacío.

Nada de eso logra liberarme de este dolor viejo, antiquísimo

este dolor hecho piedra y cubierto de florecitas muertas.

Ni las letras, ni la bici, ni las notas, ni el olor a tomillo.

Nada de eso basta.

Pero, por lo menos

me convencen, 

(sólo por hoy)

de quedarme.

lunes, 24 de agosto de 2020

Duelo en pandemia

Hace apenas unos meses, las pérdidas las llorábamos una por una, todos juntos. Ahora nos duelen al mismo tiempo la de quien muere y la de 60 mil más, y no podemos ni tocarnos. 60 mil familias han vivido esto que vivimos hoy en la mía.

No recuerdo la última vez que vi a mi tío Abel. Fue antes de la pandemia, por supuesto. Creo que fue esa tarde, comiendo en la mesa larga en casa de mi tía Came. Él estaba en la cabecera y yo a su lado. Antes de eso probablemente fue Navidad. Bailamos cumbias en el empedrado abajo del árbol de aguacates la cruz de cal de su madre, recién fallecida, aún en la sala de la casa. De ahí, una serie más de comidas dominicales, hasta llegar a la Primera Comunión de mis primos. Él fue el padrino y yo la madrina, porque así funcionan las cosas en esta familia.


Más recientemente, lo vi en tres videollamadas, todas desde el hospital del ISSSTE en el que estuvo internado durante tres o cuatro semanas el tiempo, en pandemia, es relativo. Levantaba un brazo, una mano, nos hacía ojitos. Tenía la garganta llena de tubos y la sangre mezclada con sedantes, pero aún se veía el brillo pícaro del segundo de tres hermanos. Durante tres semanas, recibimos diariamente un reporte de su estado de salud. El grupo familiar en whatsapp se convirtió en el espacio para hablar de riñones, infecciones y niveles de oxígeno.


El día que murió no hubo reporte. Sólo un mensaje de mi papá diciéndonos a mi hermano y a mí (que no estamos en casa con ellos) que mi tío había muerto. Luego una videollamada. Las lágrimas de mi padre, las mías, la voz de mi madre… mi hermano aún en el trabajo.

 

No habrá velorio. No tendremos café caliente, ni té, ni pan dulce de Mere. No habrá caminata con la caja hasta el panteón, bajo el sol y con cantos, todos de la mano. No habrá doblar de campanas. No habrá abrazos. No habrá ollas inmensas de arroz, pollo y mole, ni sartén con un par de bisteces para él (ya no será necesario). No habrá cruz de cal. No habrá rosarios.


Al duelo, ya bien orquestado y planeado, refinado después de décadas de llorar a nuestros muertos, lo mató también la pandemia. Todos los rituales de mi pueblo, diseñados específicamente para reparar el huequito que quien muere deja en el tejido social, están en pausa. Así que ahora estamos aquí, detrás de pantallas, teclados y smartphones, pensando en cómo lidiar con una pérdida que, para empezar, ni de cerca imaginábamos.


Cuando alguien muere, me acuerdo que los árboles en un bosque están conectados a través de sus raíces. Suzanne Simmard encontró hace algunos años que es posible aislar a un árbol, darle un poco de radioactividad y, días después, encontrar esa misma radioactividad en los árboles que le rodean. Las raíces llevan y traen nutrientes cuando un árbol está enfermo, o sano, o cuando muere. Creo firmemente que todos los rituales en mi pueblo el velorio, la procesión, la misa, el novenario, la levantada de la cruz tienen la importantísima función de actuar como los canales para repartir el dolor, para difuminarlo al bosque completo. Mi tío, muerto, al centro. Sus hermanos en el círculo siguiente. Los primos y los amigos cercanos, un círculo más lejos. Nosotros, los sobrinos, tomando el dolor que nos pasan los nuestros, compartiéndolo con amigos y con el resto de la familia.


Dolerse. Condolerse en México 2020, con sana distancia. La covid-19 se llevó a mi tío, y a los rituales de mi pueblo para despedirlo. A cambio, nos dejó misas en línea, conversaciones por videollamada, un grupo pequeñito de familiares llevando su urna al bosque donde le gustaba correr. En este mundo pandémico, hemos mudado el duelo a la Internet, y por eso, la muerte, que es tangible y concreta, se nos pierde entre las redes.


Por eso aquí estoy, tecleando, a ver si algo pesco.


Los que quedemos en el mundo real después de esto, las que quedemos después de este mundo pandémico, comeremos pollo y bisteces y bailaremos cumbias bajo el aguacate. Beberemos cerveza a tu salud (aunque no me guste), y quizá entonces, abrazadas de nuevo, podremos de verdad extrañarte.

domingo, 14 de junio de 2020

La niña piedra

Dentro de mí hay una niña pequeña.
Está hecha un ovillo al pie del espectacular que armó para parecer más grande.
Lleva muchos años hecha bolita. Tantos, que la ropa se ha vuelto harapos, y está tan cubierta de polvo que parece de piedra.

La niña piedra me aterra. Cuatro veces he intentado hablar con ella y las cuatro veces bastó con tocarla para que me mirara con sus ojos negros e inmensos y, en un instante, casi me matara. Ver su rostro es ver el abismo, la locura, la perdición. La primera vez que la vi, me cambié de carrera, sin explicación. La segunda vez que la vi, iba cruzando una calle y pensé, seriamente, en quedarme ahí, entre los autos. Fui ella un par de noches en San José, pero dolieron tanto que las he olvidado. Y la vi de nuevo esa tarde en Dallas, con el puño de pastillas en la mano.

No quiero a esta niña pequeña. Le temo. Y la odio porque estoy atada a ella.

Vivimos aquí, en esta montaña, al pie del espectacular, sin piso, ni techo, ni comida en los platos, porque ella sigue aquí, inmóvil. Yo sé que si me alejo, desaparezco. También soy su creación. Esta niña piedra, titiritera, creó todo lo que está a su alrededor, y estamos todos aquí, rodeándola, cuidándola, sin poder escapar, ni movernos, ni moverla, ni nada.

Ayer le conté a Norma de mi niña de piedra. Y Norma subió la montaña, se acercó a la niña, acarició su pelo (de pronto ya no era gris, sino castaño y dorado y bello), y cavó un hoyito en la tierra frente a ella y dejó sembrada una florecita pequeña. Después me miró, me dio un beso en la frente, y volvió a bajar la montaña.

Un día (me dijo, sin decírmelo) ella volteará a verte de nuevo, y creerás que mueres, y verás la flor y verás su pelo y, tal vez, te odies un poquito menos.

domingo, 7 de junio de 2020

Una herida en el pecho

Una herida en el pecho
del hombro derecho a la cadera izquierda.
Como espada. Como cañón que atravesó el alma.
Unas piernas, sí, andando.
Unos brazos, sí, abrazando.
Unas manos, sí, abiertas ¿pero la herida?
Sangrando,
como río o pantano.
"Quiero que me digas amor,
que no todo fue naufragar".
Me miro al espejo y nada ha pasado.
Traigo el vestido rojo y un suetercito sobre los hombros.
Pero naufrago.
Me ahogo en sangre.
Suplicio
Suspiro
Suplico
Suelto.

lunes, 13 de abril de 2020

Miércoles de poesía

Miércoles de poesía

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