domingo, 14 de junio de 2020

La niña piedra

Dentro de mí hay una niña pequeña.
Está hecha un ovillo al pie del espectacular que armó para parecer más grande.
Lleva muchos años hecha bolita. Tantos, que la ropa se ha vuelto harapos, y está tan cubierta de polvo que parece de piedra.

La niña piedra me aterra. Cuatro veces he intentado hablar con ella y las cuatro veces bastó con tocarla para que me mirara con sus ojos negros e inmensos y, en un instante, casi me matara. Ver su rostro es ver el abismo, la locura, la perdición. La primera vez que la vi, me cambié de carrera, sin explicación. La segunda vez que la vi, iba cruzando una calle y pensé, seriamente, en quedarme ahí, entre los autos. Fui ella un par de noches en San José, pero dolieron tanto que las he olvidado. Y la vi de nuevo esa tarde en Dallas, con el puño de pastillas en la mano.

No quiero a esta niña pequeña. Le temo. Y la odio porque estoy atada a ella.

Vivimos aquí, en esta montaña, al pie del espectacular, sin piso, ni techo, ni comida en los platos, porque ella sigue aquí, inmóvil. Yo sé que si me alejo, desaparezco. También soy su creación. Esta niña piedra, titiritera, creó todo lo que está a su alrededor, y estamos todos aquí, rodeándola, cuidándola, sin poder escapar, ni movernos, ni moverla, ni nada.

Ayer le conté a Norma de mi niña de piedra. Y Norma subió la montaña, se acercó a la niña, acarició su pelo (de pronto ya no era gris, sino castaño y dorado y bello), y cavó un hoyito en la tierra frente a ella y dejó sembrada una florecita pequeña. Después me miró, me dio un beso en la frente, y volvió a bajar la montaña.

Un día (me dijo, sin decírmelo) ella volteará a verte de nuevo, y creerás que mueres, y verás la flor y verás su pelo y, tal vez, te odies un poquito menos.

No hay comentarios: