domingo, 2 de diciembre de 2012

En mi casa

El saludo fue frío...
Ella entró por la puerta, con una taza sucia en la mano, y lo besó en la mejilla como si nada hubiera pasado.
Él la besó de vuelta, casi sin verla.
Intercambiaron unas tres frases de cortesía, y luego ella se fue, con la taza en la mano, sin mirar hacia atrás.

La historia que ocurrió en apenas dos minutos tiene, no obstante, mucho de haberse escrito.

Justo antes de entrar por la puerta, ella estaba en el piso de su cuarto, escuchando. Dejaba que, desde lejos, el sonido de su voz (la de él) la acariciara.

Justo antes de que él entrara a la casa, se había detenido en esa esquina pequeña y oscura que tantos secretos guardaba. Entre el barullo de la calle, imaginaba sus dedos largos (los de ella), y su pelo ensortijado y suave.

Un mes antes, a unos cuántos pasos de donde él se detenía ahora, una tormenta de palabras había pintado la banqueta de despedida. Que ella ya no le quería, que se hacían daño, que era tiempo de, después de tanto, separarse...

Desde ese día hasta el de hoy, ambos habían pasado ya por todas las fases: Dolor apabullante, total insensibilidad, tristeza profundísima, secreta y egoísta alegría... Todas a solas, todas sin la compañía de ese otro que, por cuatro años, había sido no otro, sino uno mismo. Faltaba sólo el saludo frío, que justo hoy, acababa de consumarse.