Podría hundirme en esto que duele.
Dejarme
ir por este agujero en el pecho. Implotar.
Abrir
los brazos y desmoronarme.
Tecleo
como quien busca aire en la ola que le aplasta.
Me
detienen tres canciones que se repiten en círculo,
un
plato de pasta que preparó mi mejor amigo,
el
anillo plateado en el dedo anular de mi mano izquierda,
la
promesa de que cuando acabe la pandemia, abrazaré a mi madre
la
esperanza de que tocaré, con mis manos heladas, las orejas cálidas de mi padre,
el
vestido de colores que usaré mañana.
No,
ninguna de esas cosas llenará el vacío.
Nada
de eso logra liberarme de este dolor viejo, antiquísimo
este dolor hecho piedra y cubierto de florecitas muertas.
Ni
las letras, ni la bici, ni las notas, ni el olor a tomillo.
Nada de eso basta.
Pero, por lo menos
me convencen,
(sólo por hoy)
de quedarme.
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