miércoles, 1 de agosto de 2018

Aeropuertos

Estoy en Denver, Colorado, aunque en realidad, podríamos decir que estoy en tierra de nadie. Algo tienen los aeropuertos que saben un poco al lugar en el que están, pero saben más a todos los lugares en los que no están. Nadie llega al aeropuerto pensando en el aeropuerto mismo, sino en el destino. Todos traemos otro nombre escrito en el boleto que cargamos en el bolsillo.
Más raros todavía son los aeropuertos de conexión. Ni destino, ni llegada... son corazones partidos. Este aeropuerto, por ejemplo, me sabe a un corazón roto y regado por todo Estados Unidos: un pedazo en Dallas, otro en Las Vegas, otro en Pasadena, otro en San José, otro en San Francisco... Esto de las relaciones a distancia ha dejado suficientes corazón-semillas por este país como para alimentar a dos generaciones de escritoras dramáticas...
Camino por el pasillo y cada puerta promete un destino nuevo. A veces viajar es emocionante, pero esta vez no lo es. Siento esa cosquilla familiar del "¿qué tal sí?" ¿Qué tal si mejor tomo un avión a Los Ángeles y la espero en su casa? ¿Qué tal si me escapo a Montreal, que sé que es bellísimo en verano? ¿Qué tal si regreso al avión en el que llegué y me rehúso a salir hasta que me lleven de vuelta a Las Vegas?
A veces, estar sola es emocionante. Pero esta vez no lo es. Me siento sola y duele. Duele tanto, que querría tomar este aparato desde el que te escribo (un celular pequeño, ligero, aerodinámico, perfecto) y lanzarlo contra la sonrisa blanquísima de la mujer que anuncia perfume en el espectacular frente a mí. 
Si pudiera, si me prometieran que va a doler menos que lo que duele estar sin ti de nuevo, correría a toda velocidad y me estrellaría contra el cristal de esa vitrina en la que venden vestidos bonitos. Las emociones son indicadores y mi actual enojo (destructivo, explosivo, bestial) indica una sola cosa: Te extraño.
A eso se suma que sí, francamente, ya me cansé de estar sola. 
Sola de nuevo. So la. Como las teclas en un piano (sol, la)... con la muy importante diferencia de que ellas son dos, y van entrelazadas, como nuestras piernas cuando dormimos semidesnudas en mi cama (empiernadas, qué bella palabra). 
No quiero volver a casa y darme cuenta, de golpe, que ya no estás. No me molestaría para nada equivocarme de avión y terminar de vuelta en el aeropuerto de Las Vegas (con todo y las máquinas de casino). Ese aeropuerto, por lo menos, me sabe más a ti que a corazón roto. 
Pero no, es casi imposible equivocarme de avión cuando hay tan pocos, y el nombre en mi bolsillo está escrito tan claramente. 
Voy a casa amor, a mi casa, la que fue nuestra todo este mes. Voy a casa y abriré la puerta, y tú no estarás ahí. Voy a casa y el sillón está vacío , y en mi cama no hay más que una almohada alargada a la que abrazarme hasta la madrugada.
¿Y si mejor me quedo aquí, en tierra de nadie, cierro los ojos, y nos imagino abrazadas?


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