lunes, 15 de octubre de 2012

En cuatro minutos pueden escribirse las más terribles confesiones.
Yo podría escribir, por ejemplo, que disfruto saberme deseada por alguien que no puede tenerme.
El control que me da algo como eso, es placentero y delicioso
En cuantro minutos podría intentar inventarme una excusa para eso, justificarlo plenamente, o rendirme ante el impulso y escribir dos notas apasionadas, para dos personas diferentes.
En cuatro minutos pueden tomarse las decisiones más impulsivas y decisivas.
Podría decidir girar la cabeza, tomar a ese chico del pelo, y besarlo como si no hubiera mañana
O correr a la dirección de mi escuela, renunciar a la carrera que estudio, y quizá (eso podría tomar unos cuántos minutos más) conseguirme un boleto de avión a quién sabe qué remoto país en África.
En cuatro minutos...
En vez de eso, he pasado cuatro minutos cometiendo la inofensiva barabaridad de manchar de negro un pedazo de pantalla blanca.

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