Un texto hilado al calor de una de las conversaciones más placenteras que he tenido...
Para usted, señorita Lupe Silla, porque juntas nos inventamos esta historia que a ninguna pertenece.
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Ayer nos volvimos a ver.Lo digo así: "Nos volvimos a ver" porque estoy segura de que tus ojos morenos estuvieron a diario en mi vida alguna vez. Los conozco tanto que sé exactamente el color claro del que se visten cuando saludan al sol de frente, y veo, sin verla, la oscuridad seductora con la que ordenan, suavemente, que me quite la ropa.
Mientras caminábamos y me contabas de lo que hiciste ayer, tomé tu mano con la misma naturalidad con la que bebo de un vaso. Y es que, ¿de qué otra forma podría yo tomar la mano que me invitó a bailar por primera vez? ¿de qué otra forma podría dejar que mis dedos cosechen el aroma de tu piel, cuando ya sé, sin haberte olido aún, que hueles a manzana y miel?
No escuchaba tus palabras. ¿Para qué escucharlas? Conozco, sin que me los dijeras, los caminos por los que transitas, porque los caminé yo a tu lado; Sé perfectamente que amas desayunar mango sentado a la orilla de la cama, que nunca estuviste contento con la carrera que estudiaste, y que crees que nada hay más sagrado que tres dedos desabrochando una blusa de algodón.
Hasta hace unos minutos, éramos perfectos extraños, y ahora sé, porque lo siento, que nos conocimos antes, mucho tiempo antes...
(Alguna vez, quizá, yo fui tu Don y tú mi querida, y salías corriendo al jardín de flores cada que escuchabas los cascos de mi caballo. O tal vez, fuiste tú un estudiante de la India en tierras inglesas, y yo una muchachita que tomaba té justo afuera de tu escuela…)
...sé que nos conocimos, y que nos amamos hasta la locura, hasta la plenitud, y que después... después nacimos a esta vida, donde hoy, sin quererlo, nos volvimos a encontrar.
Y así, andando, llegamos a un cruce de caminos. Ambos sabíamos que era tiempo de decir adiós.
Me abracé a ti, susurré en tu oído el nombre por el que te llamé tantas veces, y me dispuse a seguir caminando, sin ti, sin tus ojos, sin tus manos, sin tu piel, pero sabiéndome ahora dueña de una vida completa junto a ti.
¡Padre augusto,
conozco el nombre del extranjero!
¡Su nombre es... Amor!"
De la ópera "Turandot" de Puccini