viernes, 17 de junio de 2011

El hombre del viento...

Yo conozco a un hombre que pareciera el señor del aire... Delgado, ligero, como una sola y clara pincelada sobre el azul lienzo del intelecto.

Le conozco porque le veo a veces, al fondo de las aulas y los corredores, inmerso en titánicas batallas que nadie más puede ver. Le conozco porque sus manos blancas y largas me han revelado una energía muy suya que viene de no sé bien dónde. Sus manos... que son como alas enloquecidas de mil aves blancas revoloteando ante un nuevo descubrimiento. Se agitan a su alrededor mientras habla; suben, y bajan, y se cierran y se abren, acompañando cada palabra. Y es que para él, cada conversación es buscar palabras para encontrar universos.

Yo conozco a un hombre que pareciera el señor del aire... Delgado, ligero, como una sola y clara pincelada sobre el azul del intelecto.

Pero firme, casi inflexible. Testarudo y terco, con esa obstinación de los que han pensado mucho y se intuyen un poco más cerca de la verdad. Yo le he visto cuando le contradicen y sus ojos se encienden con el repentino rayo del sol en un espejo. Y entonces se desata, momentáneamente, un vendaval que aterra y fascina a quien le mira.
Lo conozco testarudo y terco, pero, contrario a las duras rocas, lo conozco como al viento; su fuerza dura apenas un terrible instante. Después se va, para dar paso a una grave y solemne conversación, que suele acabar con las dos mentes más claras, más nobles, más grandes.

Yo conozco a un hombre que pareciera el señor del aire... Delgado, ligero, como una sola y clara pincelada sobre el azul del intelecto.
Y libre... Inmensamente libre. Libre como el que sabe que su única limitación es el tiempo. Libre porque sabe que no hay más atmósfera que le guarde prisionero que la de todos los que somos mortales.
Yo lo conozco, y sonrío siempre que lo veo, y sonrío cuando me habla y yo intento llenarme un poco con todo lo que él ha descubierto, y sonrío cuando el tiempo le llama lejos, y se levanta y me da la espalda, y sonrío también cuando le despido y le pido que no me hable de nuevo... Y sonrío ahora, que me doy cuenta de que se han mezclado ya mis letras y sus palabras.

Yo conozco a un hombre que pareciera el señor del aire...
Una pincelada en la azul esperanza de quien aún tiene fe en el intelecto.

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