Ambos pies en la arena, y el cuerpo sumergido en agua salada.
Frente al mar siempre me he sentido pequeña,
excepto esa tarde de marzo.
Esa tarde, el mar y yo éramos inmensos.
A mis espaldas, mi mejor amigo contemplaba el horizonte
Y yo, yo bailaba
¡Y qué baile!
Una chacarera tarareada y un vaivén eterno entre las olas y mi cuerpo.
Un lance al frente, una corriente suave hacia atrás,
Un jugueteo que parecía caída y rescate -en el último instante-
Nada de piruetas -porque al mar hay que mirarlo de frente-
En cambio, los brazos abiertos como canasta de regalos terrestres
como invitando al agua hacia mi pecho
como diciendo “en este corazón, aquí, aquí siento”
Fui árbol, viento, criatura marina.
El mar y yo nos encontramos como iguales.
Le regalé mis enojos, mis tristezas, mi maraña de culpas y vergüenzas
y el mar vació en mí una gotita de inmensidad.
Del agua no salí pez, ni volcán, ni sombra
Salí mujer. Mujer que baila con el mar.